25 de septiembre de 2013

¿Libertad o seguridad?




La respuesta a este artículo pareciera ser obvia, para un sector de la sociedad, en donde la libertad es un valor supremo que no se puede subsumir a la seguridad. La libertad de expresión, la libertad de tránsito, la libertad de asociación entre muchas otras -que son libertades que se ejercen a través del reconocimiento expreso de derechos-, muchos dirían que no se pueden subordinar a la idea de proteger a un Estado o a una población, de una amenaza externa o interna.

Pero, ¿qué pasa cuando un grupo armado con organización y financiamiento, puede poner en riesgo el ejercicio de ciertas libertades, tales como el libre tránsito, la libertad de expresión y la libertad de asociación? 

El ataque a las torres del World Trade Center en Nueva York, el 11 de septiembre de 2011, llevo a la discusión e incluso la aplicación de que  el ejercicio de ciertos derechos tenía que ser restringido con el afán de proteger un derecho aún mayor que derechos como la intimidad o el libre tránsito, el derecho a la vida. Proteger la vida de las personas o de una población se volvió el argumento principal para limitar el ejercicio de ciertos derechos, tales como la intimidad o la privacidad, ya que se decidieron aplicar medidas como intervenir llamadas telefónicas, correos electrónicos y otro tipo de conversaciones de tipo personal, en donde se sospechará que podía estarse planeando alguna acción que pusiera en riesgo la integridad de las personas.

El narcotráfico con su capacidad militar, económica y transnacional, puso en riesgo la estabilidad política de varios estados, así como la integridad de su población. En América Latina (AL), hay diversos casos tales como el de Colombia, Centroamérica  y recientemente en el caso de México. Durante el sexenio del presidente Felipe Calderón, se decidió establecer una estrategia militar para hacer frente al crimen organizado, este tipo de estrategia conllevó una serie de restricciones a derechos constitucionales, principalmente el libre tránsito y el derecho a la privacidad. En estados en el norte del país, así como en regiones del centro, los diversos carteles del narcotráfico, extorsionaban, atacaban e incluso eliminaban a parte de su población. Esta situación la vivieron y viven como quienes residen en esos territorios, como quienes transitan por ellos.



Tanto los ataques terroristas del 11 de septiembre en Nueva York y en diversas partes del mundo por parte de Al-Qaeda, así como la actuación de grupos criminales que ponen en riesgo la estabilidad e integridad de la población de un país, lleva a que los estados implementen medidas que tienden a limitar el ejercicio de derechos y con ello de libertades, con el afán de evitar mayores riesgos a la población y a sus gobiernos.

No obstante, los cables de Estados Unidos (EEUU) filtrados por Wikileaks, revelaron una forma de actuar por parte de EEUU, pero también de otros estados, en donde el aparato de inteligencia, así como la diplomacia, era usada no solo con fines de proteger la integridad de su población y la estabilidad de sus gobiernos, sino también para espiar a estados pares, con fines comerciales o políticos. Asimismo, en el caso de Edward J. Snowden, ex integrante de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por sus siglas en inglés), reveló documentos clasificados en donde EEUU utilizaba a diversas empresas que proporcionan servicios informáticos, para espiar a sus ciudadanos y a gran parte del mundo.

Esto último provocó un gran debate, sobre hasta dónde los estados podían hacer uso de los instrumentos de inteligencia y espionaje, así como quién vigila al “vigilante”. En particular, cuando se reveló que el tipo de espionaje fue para fines comerciales o de tipo políticos, los casos que se conocieron en AL fueron Brasil y México.



Ahora bien, este tipo de actuación por parte de EEUU y diversos estados, no es nueva, más bien podríamos decir que es una tradición. Tanto estados totalitarios como democráticos han hecho uso del espionaje con motivos políticos, militares o comerciales, claro con enormes diferencias entre ambos. El caso del watergate, así como el macarthismo en EEUU, la polícia secreta de Rusia, la KGB, así como casos de dictaduras y gobiernos autoritarios en AL, son muestra de cómo se han utilizado los aparatos de inteligencia con fines políticos y represeivos (claro con diversos matices y diferencias entre los estados democráticos y los totalitarios).

Es cierto que los estados deben contar con herramientas y aparatos de inteligencia que les permitan hacer frente a riesgos que pueden poner en riesgo la estabilidad de un gobierno o la integridad de su población. No obstante, todo estado democrático debe contar con un marco legal que limite el ejercicio de las funciones gubernamentales, de tal modo que no haga uso del espionaje o de la inteligencia con el afán de establecer formas de control absoluto sobre su población.

Quienes se especializan en el tema del derecho de acceso a la información pública, consideran que hay información que no puede ser pública, porque ello puede perjudicar una investigación judicial o incluso poner en riesgo la estabilidad económica o política de un país. Esto es cierto, todo derecho tiene límites, pero para establecer que es público y que es clasificado, deben establecerse criterios y límites claros, y que no termine por dotarse de poderes absolutos a un gobierno democrático. Asimismo, tiene que justificarse el por qué determinada información no puede ser pública.

El riesgo en no establecer criterios y el no fundamentar el porqué de hacer de cierta información de acceso restringido o reservado, puede llevar a que los estados de forma arbitraria digan que es público y que es reservado, de tal modo que se vuelven opacos, no rinden cuentas y el acceso a la información pierde todo sentido democrático.

Pero ¿quién vigila al “vigilante”? Aunque diversos estados democráticos tienen mecanismos para limitar que el uso de la inteligencia y el espionaje, y que no se haga más que sólo para los  fines previstos por la ley, esto no se respeta del todo. Entonces, pareciera que siempre existirá el riesgo de vivir bajo el peso de un estado que puede convertirse en el Big Brother, que traspasa los muros de la privacidad y nos mira sin que nadie lo pueda mirar a él.



Este riesgo siempre estará latente, no obstante, para ello deben existir suficientes herramientas que puedan evitar llevarnos a ese escenario catastrófico. Los institutos de acceso a la información pública, el Congreso, así como el poder judicial deben ser instrumentos que limiten el ejercicio del poder gubernamental. Los institutos que protegen y garantizan el acceso a la información pública, son piezas clave, para ser un intermediario entre el ciudadano y el gobierno, y observar en donde éste último ha puesto la frontera entre lo reservado y lo público. Asimismo, el Congreso, es el espacio más plural, hablando políticamente, en donde la diversidad de partidos representados, posibilita establecer límites al ejercicio del poder del partido gobernante, ningún partido querrá verse controlado por el gobierno en turno, de tal modo que tratarán de pugnar porque no se haga uso político de los aparatos de inteligencia. El poder judicial, debe ser uno de los medios más eficaces para sancionar al estado en caso de que este vulnere derechos a través de su sistema de inteligencia, tanto particulares como entes públicos, pueden realizar acciones judiciales, para reparación de daños o evitar vulneración de otros derechos.

Y ¿qué hay de la sociedad civil?, ¿qué rol debe jugar? En este caso para sectores importantes de la sociedad no es tan claro, incluso algunos están dispuestos a renunciar a ciertas libertades con el fin o la idea que su integridad se vea salvaguardada ante todo.

Las revisiones y retenes por parte de cuerpos de seguridad pública o del ejército, los toques de queda, como restricción a la libertad de tránsito; así como la restricción a la libertad de asociación, ya sean en lugares públicos o privados como bares, discotecas u otros lugares; asimismo, la invasión a la intimidad, a través de la intervención de llamadas telefónicas, así como cualquier tipo de conversación o actividad privada, en el contexto de la guerra contra el terrorismo o contra el narcotráfico, se han vuelto comunes y aceptables por un sector importante de la sociedad. La frase “yo estoy dispuesto a renunciar a ciertos derechos con tal de que no me maten”, se ha vuelto moneda de uso corriente entre una parte de la población.

Pero es un falso dilema el decir “¿la vida o la libertad?”, un estado democrático está obligado a preservar la integridad y vida de su población, sin menoscabar o limitar el ejercicio de sus derechos. Es cierto, que puede haber situaciones excepcionales, no obstante, deben ser excepcionales y temporales, no pueden convertirse en una forma rutinaria de actuar por parte de los gobiernos.

Como sociedad, debemos tener claro que los riesgos de renunciar a ciertos derechos con el afán de mayor seguridad, al final pone en riesgo aún más nuestra integridad y nuestras libertades, dado que en un estado totalitario, termina por decidir sobre la vida e integridad de las personas. 

Toda libertad puede conllevar ciertos riesgos, es posible que el hecho de que no se establezcan retenes en cada avenida o carretera del país, haga que algún sicario, delincuente o terrorista transite libremente y que pueda ser un riesgo para la población, no obstante, uno debe asumir ese riesgo como parte de vivir en una sociedad democrática y con libertades. 

Son mayores los daños que hay cuando a toda persona se le detiene, no sólo porque nuestra vida cotidiana se vería alterada drásticamente, sino porque además todos nos convertimos en sospechosos, todos somos potenciales delincuentes, de tal modo que somos un riesgo para nosotros y para la propia población, y con ello el estado justifica que debe asumir un control absoluto dado que todas las personas son riesgos potenciales. Ésta no puede ser la mirada de un estado democrático, es más bien la de un estado totalitario, un estado que nos hace renunciar a nuestros derechos, porque todos somos un riesgo para nosotros y los demás.

Las detenciones arbitrarias, las torturas, las desapariciones forzadas y el exterminio de un sector de la población han sido los resultados de estados y sociedades que han decidido renunciar a sus libertades más básicas con la idea de obtener una seguridad absoluta.

No existen seguridades absolutas, aceptar vivir en una sociedad democrática, con libertades, también implica asumir que ello puede conllevar ciertos riesgos, pero es menor el riesgo de vivir con libertad que el vivir sin ella.