2 de mayo de 2013

Venezuela sus dos herencias, entre la democracia y el caudillismo



El libro de Enrique Krauze, “El poder y el delirio”, es una biografía política de Hugo Chávez, pero también es una radiografía política de Venezuela, es un libro imprescindible para comprender el proceso político y sus actores que se encuentran en la disyuntiva de democracia o autoritarismo. Ahora bien, con la muerte de Chávez se abre una nueva vertiente, que por momentos se veía estrecha y casi cerrada, la vuelta a la consolidación de la tradición democrática de este país. En este artículo se intentará dilucidar el porvenir de Venezuela, retomaremos algunos puntos clave que Krauze analiza en su libro, pero también revisaremos hasta donde las recientes elecciones en Venezuela puedan dar cauce a darle fuerza a una democracia que se fue debilitando durante el régimen chavista.

Hugo Chávez, poseyó un aspecto que se vuelve central en cualquier político, pero que en particular se ha vuelto insoslayable en Latinoamérica, el carisma. Dotes de personalidad histriónica, simpático, bonachón y en muchas ocasiones amistoso. Surgido de las huestes militares, pero cercano a movimientos de izquierda, como las guerrillas y los movimientos sociales en Venezuela. Con una formación marxista precaria y amante de la historia nacionalista, ha construido de las figuras históricas y de su figura una epopeya heroica contra el imperialismo yanqui y la oligarquía venezolana. Su influencia ha trastocado las diversas esferas del poder, el judicial, el legislativo e incluso el electoral, aunque en menor medida. Su figura estuvo presente día, tarde y noche en la televisión como un showman, como señala Krauze, como un televangelista. La influencia que ejerció en Sudamérica es incomparable, el petróleo ha sido una divisa que ha hecho valer en Ecuador, Bolivia, Cuba, Argentina, Nicaragua, y lo intentó también en Panamá, Perú y otros países de la región. Sus confrontaciones diplomáticas y verbales a nivel internacional, lo han posicionado en la esfera de lo global, aunque no queda muy bien parado. No obstante, todo lo anterior hizo de Hugo Chávez, un personaje sin parangón en la historia moderna de América Latina, el peso en lo interno y lo externo, sin duda que le ha valido un lugar en la historia, quizás no de la mejor manera, pero ahí ha quedado su persona y su legado.



Ahora bien, la concentración de poder, su intolerancia y su lenguaje militar (“los enemigos”, “los aliados”) han hecho que haya cimbrado las bases de una tradición democrática, que durante gran parte del siglo XX perduró por encima de otros países de la región, que tuvieron que enfrentar cruentas dictaduras. Concentró el poder económico, redujo el pluralismo mediático, copto y copó gran parte del poder político en Venezuela, estuvo a punto de hacer que se aprobará una reforma constitucional que lo permitiera reelegirse ad infinitum, es decir, hasta que la muerte fuera el único voto que le ganará. Afortunadamente, una gran parte de la sociedad venezolana avizoró el peligro de que eso sucediera, y se logró un rechazo de dicha reforma aunque no con una amplia mayoría.

Las elecciones del 2012, en Venezuela comenzaron a reducir el poder que Chávez creía absoluto, casi la mitad de quienes votaron, votaron en contra de él y a favor de Capriles, un político opositor moderado que trajo nuevos bríos de lenguaje cívico y democrático y no el militarista del que tanto abusó Hugo Chávez. Chavéz pudo haber continuado en el poder hasta el 2017, y quizás después hasta el 2021, esto ya no lo sabremos, pero lo que si sabemos, es que su intención no era abandonar el poder, por el contrario deseaba ser un patriarca a la semejanza de Fidel Castro, pero su salud, fue su peor aliada, fue su verdadera enemiga, y frente a la muerte, Chávez no encontró retórica, diatriba o arma con la cual hacerle frente.

Paradójico y a la vez deslumbrante, su cuerpo, su salud, fue la limitación de su propio poder, su creencia de imbatibilidad fue refutada por él mismo. Pero más allá de la pérdida del que era el actual presidente de Venezuela, lo que se encontraba en juego era mucho mayor, la vida de una democracia vapuleada y con pulso débil. Nicolás Maduro, quedó electo como actual presidente, después de unas rebatidas elecciones por parte de la oposición. Al ver a Maduro, uno observa una emulación endeble y risible de lo que fue Hugo Chávez, la retórica, la chabacanería, los chistes mal contados, las anécdotas poco creíbles, hacen de Nicolás Maduro, un político con pocas capacidades para mover los hilos de la política nacional, de las que Chávez se había un vuelto un hábil titiritero.

El poder que Chávez ejercía sobre los militares, no será el mismo que ejerza Maduro, también carece de influencia sobre otros sectores y personajes allegados al fenecido “moderno” caudillo. La oposición se vuelve cada vez más fuerte, aunque si bien se enfrenta a la explotación sentimental de la figura de Chávez por parte del oficialismo, ese recurso cada vez se irá agotando, porque la corrupción, la violencia, la delincuencia y la posible fragilidad económica de Venezuela, no harán que el mito del caudillo revolucionario lo soporte. En el libro de Krauze, se recogen voces de una creciente disidencia tanto al interior del oficialismo, que se han vuelto en rupturas, como de sectores que en su momento apoyaron a Chávez, pero que después se fueron replegando y confrontando, debido a sus intentos de perpetuarse en el poder, tal como el caso de los estudiantes. La oposición necesita ser inteligente, apelar a la tradición democrática de su país, retomar figuras que no dejaron de lado lo social, pero que tampoco antepusieron lo social a la democracia; hay ejemplos notables, como el caso de Betancourt, que Krauze detalla y realza con gran entusiasmo.

El oficialismo para poder consolidarse tendría que reconocer los errores de Chávez, enmendarlos, pero ¿cómo enmendar una figura que para ellos se ha vuelto mítica, cuasireligiosa? Difícilmente el gobierno hará de Chávez un reconocimiento de los errores como a la Jrushchov. Enmendar, sería volver a un republicanismo democrático, devolver el poder al mercado (darle al mercado lo que es del mercado y al estado lo que es del estado), renunciar a la retórica militarista y generar una gran reconciliación nacional. Sin embargo, tal opción se ve improbable, el discurso de Maduro, sigue siendo el mismo que su antecesor, sólo que más burdo.

Tal parece que Chávez se había vuelto un obstáculo en las arterías de la democracia venezolana, ahora que el cáncer lo quitó del camino, quizás es momento de volver a mirar con aquilatamiento el legado de Chávez, en lo social y en lo político, pero sobre todo mirar a la democracia como el gran baluarte que siempre ha tenido Venezuela y que no ha dependido de una persona para sobrevivir, sino de una sociedad que la ha sabido de valorar y de importantes figuras en lo político, social e intelectual que la han sabido defender. Sólo el tiempo nos dirá qué tanto siguen valorando esa invaluable herencia democrática que Venezuela tiene.