El libro de Enrique Krauze, “El
poder y el delirio”, es una biografía política de Hugo Chávez, pero también es
una radiografía política de Venezuela, es un libro imprescindible para comprender
el proceso político y sus actores que se encuentran en la disyuntiva de
democracia o autoritarismo. Ahora bien, con la muerte de Chávez se abre una
nueva vertiente, que por momentos se veía estrecha y casi cerrada, la vuelta a
la consolidación de la tradición democrática de este país. En este artículo se
intentará dilucidar el porvenir de Venezuela, retomaremos algunos puntos clave
que Krauze analiza en su libro, pero también revisaremos hasta donde las
recientes elecciones en Venezuela puedan dar cauce a darle fuerza a una
democracia que se fue debilitando durante el régimen chavista.
Hugo Chávez, poseyó un aspecto que
se vuelve central en cualquier político, pero que en particular se ha vuelto
insoslayable en Latinoamérica, el carisma. Dotes de personalidad histriónica,
simpático, bonachón y en muchas ocasiones amistoso. Surgido de las huestes
militares, pero cercano a movimientos de izquierda, como las guerrillas y los
movimientos sociales en Venezuela. Con una formación marxista precaria y amante
de la historia nacionalista, ha construido de las figuras históricas y de su
figura una epopeya heroica contra el imperialismo yanqui y la oligarquía
venezolana. Su influencia ha trastocado las diversas esferas del poder, el
judicial, el legislativo e incluso el electoral, aunque en menor medida. Su
figura estuvo presente día, tarde y noche en la televisión como un showman, como señala Krauze, como un
televangelista. La influencia que ejerció en Sudamérica es incomparable, el
petróleo ha sido una divisa que ha hecho valer en Ecuador, Bolivia, Cuba,
Argentina, Nicaragua, y lo intentó también en Panamá, Perú y otros países de la
región. Sus confrontaciones diplomáticas y verbales a nivel internacional, lo
han posicionado en la esfera de lo global, aunque no queda muy bien parado. No
obstante, todo lo anterior hizo de Hugo Chávez, un personaje sin parangón en la
historia moderna de América Latina, el peso en lo interno y lo externo, sin
duda que le ha valido un lugar en la historia, quizás no de la mejor manera,
pero ahí ha quedado su persona y su legado.
Ahora bien, la concentración de
poder, su intolerancia y su lenguaje militar (“los enemigos”, “los aliados”) han
hecho que haya cimbrado las bases de una tradición democrática, que durante
gran parte del siglo XX perduró por encima de otros países de la región, que
tuvieron que enfrentar cruentas dictaduras. Concentró el poder económico,
redujo el pluralismo mediático, copto y copó gran parte del poder político en
Venezuela, estuvo a punto de hacer que se aprobará una reforma constitucional
que lo permitiera reelegirse ad infinitum,
es decir, hasta que la muerte fuera el único voto que le ganará.
Afortunadamente, una gran parte de la sociedad venezolana avizoró el peligro de
que eso sucediera, y se logró un rechazo de dicha reforma aunque no con una
amplia mayoría.
Las elecciones del 2012, en
Venezuela comenzaron a reducir el poder que Chávez creía absoluto, casi la
mitad de quienes votaron, votaron en contra de él y a favor de Capriles, un
político opositor moderado que trajo nuevos bríos de lenguaje cívico y
democrático y no el militarista del que tanto abusó Hugo Chávez. Chavéz pudo
haber continuado en el poder hasta el 2017, y quizás después hasta el 2021, esto
ya no lo sabremos, pero lo que si sabemos, es que su intención no era abandonar
el poder, por el contrario deseaba ser un patriarca a la semejanza de Fidel
Castro, pero su salud, fue su peor aliada, fue su verdadera enemiga, y frente a
la muerte, Chávez no encontró retórica, diatriba o arma con la cual hacerle
frente.
Paradójico y a la vez
deslumbrante, su cuerpo, su salud, fue la limitación de su propio poder, su
creencia de imbatibilidad fue refutada por él mismo. Pero más allá de la
pérdida del que era el actual presidente de Venezuela, lo que se encontraba en
juego era mucho mayor, la vida de una democracia vapuleada y con pulso débil.
Nicolás Maduro, quedó electo como actual presidente, después de unas rebatidas
elecciones por parte de la oposición. Al ver a Maduro, uno observa una
emulación endeble y risible de lo que fue Hugo Chávez, la retórica, la chabacanería,
los chistes mal contados, las anécdotas poco creíbles, hacen de Nicolás Maduro,
un político con pocas capacidades para mover los hilos de la política nacional,
de las que Chávez se había un vuelto un hábil titiritero.
El poder que Chávez ejercía sobre
los militares, no será el mismo que ejerza Maduro, también carece de influencia
sobre otros sectores y personajes allegados al fenecido “moderno” caudillo. La
oposición se vuelve cada vez más fuerte, aunque si bien se enfrenta a la
explotación sentimental de la figura de Chávez por parte del oficialismo, ese
recurso cada vez se irá agotando, porque la corrupción, la violencia, la
delincuencia y la posible fragilidad económica de Venezuela, no harán que el
mito del caudillo revolucionario lo soporte. En el libro de Krauze, se recogen
voces de una creciente disidencia tanto al interior del oficialismo, que se han
vuelto en rupturas, como de sectores que en su momento apoyaron a Chávez, pero
que después se fueron replegando y confrontando, debido a sus intentos de
perpetuarse en el poder, tal como el caso de los estudiantes. La oposición
necesita ser inteligente, apelar a la tradición democrática de su país, retomar
figuras que no dejaron de lado lo social, pero que tampoco antepusieron lo
social a la democracia; hay ejemplos notables, como el caso de Betancourt, que
Krauze detalla y realza con gran entusiasmo.
El oficialismo para poder
consolidarse tendría que reconocer los errores de Chávez, enmendarlos, pero
¿cómo enmendar una figura que para ellos se ha vuelto mítica, cuasireligiosa?
Difícilmente el gobierno hará de Chávez un reconocimiento de los errores como a
la Jrushchov. Enmendar, sería volver a un republicanismo democrático, devolver
el poder al mercado (darle al mercado lo que es del mercado y al estado lo que
es del estado), renunciar a la retórica militarista y generar una gran
reconciliación nacional. Sin embargo, tal opción se ve improbable, el discurso
de Maduro, sigue siendo el mismo que su antecesor, sólo que más burdo.
Tal parece que Chávez se había vuelto
un obstáculo en las arterías de la democracia venezolana, ahora que el cáncer lo
quitó del camino, quizás es momento de volver a mirar con aquilatamiento el
legado de Chávez, en lo social y en lo político, pero sobre todo mirar a la
democracia como el gran baluarte que siempre ha tenido Venezuela y que no ha
dependido de una persona para sobrevivir, sino de una sociedad que la ha sabido
de valorar y de importantes figuras en lo político, social e intelectual que la
han sabido defender. Sólo el tiempo nos dirá qué tanto siguen valorando esa
invaluable herencia democrática que Venezuela tiene.
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