22 de agosto de 2012

El ideario del descontento


Todas las afrentas, todos los lemas, todos los rostros caben en el ideario del descontento. No importa que estos se contravengan, lo que importa es que se está inconforme contra un ente culpable y verdugo de todos los males.

Es el descontento contra “el sistema”, “los medios”, “el Gobierno”, “el capitalismo”, “el fraude”, “la imposición”, etc., todo cabe siempre y cuando no quepa en el lado de la inconformidad. La movilización, la protesta, las “masas”, se erigen como tribunal que establece el lindero entre el bien y el mal, entre el libertador y el opresor.

Pero el enemigo, los enemigos, se transmutan, se redimen; dejan de ser los opresores o traidores para convertirse en los aliados, y en un momento se anula la memoria. Porque el descontento acoge todo lo que le sirva para defender su causa -¿cuál? La que ellos dicten-.

El descontento desconfía de la crítica adversa, de la crítica que se dirige contra ellos. Es vista como la ideología del sistema, quienes la profieren, son los “intelectuales orgánicos”. Se dicta sentencia inculpatoria, la crítica se exilia, se le manda a la picota del insulto.

La unión entre miles de voces discordantes pero unidas contra Otro “perverso”, las diluye. La “causa” se vuelve todas y ninguna. Son los enemigos de su propia causa. El descontento sólo borbota para volverse a apagar en la nada.

El “líder moral” se congracia con el descontento. Ve en él, el voto que lo elige. Oye una voz divina entre éste, que le manda a seguir luchando por los oprimidos, pobres, gays, lesbianas, transexuales, indígenas, mujeres, jóvenes, niños, trabajadores, las trabajadoras del hogar, los migrantes, las sexoservidoras, la libertad de expresión, la democracia, el Pueblo. En él se encarna la indignación de miles y variopintos excluidos.

El descontento unge a su representante en cada marcha. Puede ser diferente, todo depende del momento o pueden ser varios a la vez, puede ser él mismo. El descontento será legítimo y reconocido siempre que se oponga a un Otro inaprensible, pero eterno, que siempre ha estado ahí fustigando y oprimiendo al más “débil”. 

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